Un par de partidos “oficiales”, otros tantos amistosos, y una infinidad de “picados” en el patio del Colegio San Agustín, fue lo que se trajeron de Chile los chicos de las categorías más pequeñas, es decir los 2001, 2002 y 2003. Eso sin contar la Copa que los acredita como campeones 2010 del Torneo Internacional de Melipilla, premio más que merecido.

Los súper enanos de Mitre no tuvieron actividad el día miércoles, y recién debutaron el jueves 14 de enero pasado el mediodía. Una de las líneas se midió con el Club Diego Portales, según nos contaron la institución más antigua de Melipilla. Ganaban 1 a 0 gracias a un furibundo remate de Jeremías Lencina, y terminarían perdiendo 2 a 1, a partir de los tantos que recibieron en la etapa complementaria.

Sin embargo, Diego Portales sería descalificado por los organizadores debido a que utilizó niños categoría 2000 en el segundo tiempo, para dar vuelta la historia. El gesto no pareció tanto una avivada de los profes del equipo chileno, sino más bien el único camino que encontraron para completar los 9 titulares (pues en el primero jugaron con 6). Este equipo, de casaca rojo punzó, estaba interesado en progresar en otra categoría (la 99-2000).

La otra línea de los 2001-2002, superó por goleada a Colo-Colo, y más tarde, hizo lo propio ante Unión Española (perdimos la cuenta pero quizás fue 7 u 8 a 0). Esto depositó a los dos Mitre en la final, cotejo que terminó 0 a 0, pero que por especial pedido de los profes que tuvieron a su cargo el cuidado de los niños (Gabriel Fernández, Marcelo Cuevas, Héctor Ríos y José Luis Penida), no se definió por penales.

De este modo, los dos planteles fueron proclamados campeones, con total justicia por cierto. Además, el mismo sábado de la premiación, los más bajitos de la delegación argentina se midieron ante la Escuela de Fútbol Lindenau (a la cual también vencieron), entidad que pidió especialmente enfrentarse con los visitantes trasandinos, como un modo de poner a prueba las condiciones de sus propios jugadores.

En definitiva, lo más importante que les quedará a estos chicos, es todo aquello que no se puede explicar en una crónica deportiva. La inigualable experiencia de haber recorrido tantos kilómetros para medir fuerzas ante niños de otra nacionalidad, otra cultura, otra idiosincrasia. Eso sirve. Y ni hablar de lo que perdura guardado en las retinas. En la memoria. Los paisajes, las anécdotas, lo que se aprende al formar parte de un grupo.

En la convivencia yacen los mayores desafíos de cualquier relación, y también los mejores momentos de cualquier amistad. Alejándose, aunque más no sea un poco, de la supervisión y el cobijo de los padres, se superan los más recónditos miedos. Se madura. Se sociabilizan los más huraños, se divierten los más bromistas, y todos encuentran a ese otro ser humano, similar a uno, que probablemente se convierta en el mejor amigo… de por vida.

No sería extraño que algunos digan que el viaje no valió la pena para estas categorías. Que la competencia no estaba armada para ellos. Que el trofeo debió haber sido algunos centímetros más alto. Gente inconformista hay siempre. Pero esos mismos que hablan entre las sombras, advertirán en un tiempo lo valiosa que fue la experiencia para estos nenes, la mayoría de los cuales jamás habían salido del país (es más, pocos habían salido del ámbito de Pérez).

Por eso no podemos dejar de resaltar una vez más la saludable locura que encabezó Daniel Bertolano, en el armado, la concreción, y la coordinación total de este viaje. Proyectos de esta envergadura no se llevan a cabo todos los días, e insistimos, cuando pasen algunos años hasta los más necios se lo agradecerán.