Argentina no pudo coronar el sueño de campeón y cayó en la final ante la poderosa Selección alemana. El triunfo 1 a 0 de los germanos no empaña una campaña que en el balance fue muy buena y volvió a meter al equipo nacional entre los mejores del planeta. La albiceleste tuvo sus chances, las desperdició y los nuevos tetracampeones no perdonaron.
Por Miguel Martínez.
La Selección Argentina de fútbol se coronó ayer subcampeona del mundo, tras caer 1 a 0 en la final ante Alemania. Sin dudas que dicho título nos deja a todos los argentinos un sabor amargo, por lo cerca que se estuvo de conseguir el campeonato, pero de seguro será más valorado con el correr de los años. La final, disputada en el Estadio Maracaná ante más de 70.000 personas, fue intensa, entretenida, y tuvo ocasiones de gol en ambos arcos. Los 90 minutos terminaron igualados en cero, y el desnivel recién se produjo en el minuto 113 de juego, con el gol de Goetze.
El común del mundo futbolero consideraba a los alemanes favoritos para este duelo, y lo eran, tras la goleada previa, e histórica, a Brasil (7 a 1). Pero el buen funcionamiento defensivo de la Argentina, y las individualidades de mitad de cancha hacia adelante, invitaban a la ilusión. El cotejo fue como se esperaba. Arrancó con los teutones moviendo el balón, y la albiceleste esperando abroquelada para sacar la contra rápida, una vez recuperada la pelota. Así fue que en los primeros 20, o 25 minutos, hubo chances netas para meterla, y se advertían grietas en el fondo alemán.
La más nítida fue la que dilapidó Higuain, tras recibir un cabezazo en contra de su valla de Hummels. El pipita se apresuró a patear, intuyendo (quizás) que sería alcanzado por el defensor si intentaba darle un toque más a la pelota. Al poco rato convirtió, pero estaba adelantado ante un centro de Lavezzi. Luego fue Messi quien llegó por derecha, y la terminaron sacando de la raya, y más tarde de nuevo el rosarino, quien buscó a Higuain en un pase (en vez de intentar con Lavezzi, que llegaba por su izquierda) en otra contra que parecía favorable.
Perdonar a un rival de la embergadura de Alemania es sin dudas mal augurio. Y lo que sucedería más tarde, casi pasa en el minuto 46, cuando un cabezazo de Howedes dio en el poste de un Sergio Romero, que en esa jugada quedó demasiado estático en la raya. La suerte no nos acompañaba, pero tampoco nos daba del todo la espalda. El complemento trajo un cambio polémico. La salida del “Pocho”, en lo que estaba siendo su mejor partido, por un inexpresivo Agüero. El Kun fue por lejos el más ausente de esta Copa. De los “4 fantásticos” el que menos minutos estuvo en cancha, el único que no convirtió, y el que pareció olvidarse de jugar, por su realmente bajo nivel.
En esa segunda mitad Messi arrancó con otra situación propicia, pero el genio del Barça no definió con precisión y su tiro salió pegado al poste más lejano a su posición. Los minutos pasaban y la final se encaminaba al alargue. Sabella apresuraba dos nuevos cambios (Palacio y Gago) y poco después Lucas Biglia se resentía en una jugada fuerte, dejando la sensación de estar el equipo con uno menos. La parte física no fue un factor menor. La Argentina tuvo un día menos de recuperación, y su partido semifinal duró media hora más que el de Alemania (que en realidad resolvió el suyo en 25 minutos, jugando el resto con un ritmo más regulado).
Así y todo Argentina no pareció caer por falta de piernas. Quedaban siete minutos para los penales y una escapada aislada de Schürrle por el lado de Zabaleta (que igualmente tuvo un muy buen desempeño) terminó en la definición de pecho y volea de Goetze, que nos dejó a todos con los ojos hipnóticos, atónitos, contemplando la verosimilitud de lo que estaba pasando en las pantallas de TV. Era la derrota casi consumada. El tiempo que quedaba para la reacción era poco, y esos 7 minutos se esfumaron como arena entre los dedos.
Para ver mil veces y lamentarse quedará la chance que perdimos en los pies de Rodrigo Palacio, un actor siempre de reparto que cuando le quedó el protagónico de su vida no lo supo aprovechar. Y eso que en el Inter de Italia es hombre importante. Pero la diferencia entre “buen jugador” o “crack” está en el aprovechamiento de esas situaciones. Sin embargo, lejos de intentar “caerle” a las individualidades que no estuvieron finos en su accionar, o no conformaron del todo, lo importante es señalar lo cerca que se estuvo de ser campeón y sumar la tercera estrella para nuestro país, y lo difícil que será volver a ubicarnos en esta instancia decisiva.
Eso seguramente es lo que más pena da. Porque los Mundiales son esos eventos maravillosos que ocurren cada cuatro años, y ese será el tiempo que deberemos esperar para tener revancha. Ya no serán los mismos. Ni los que vayan, y estuvieron aquí, ni los que se agregarán en el camino. Lo cierto es que en este plantel hubo quienes sorprendieron gratamente (Marcos Rojo es el caso emblemático) y los que no terminaron de sellar su brillantez ni confirmar su liderazgo (Lionel Messi es el mayor generador de debates, hoy por hoy, en el país). Lionel regaló momentos, con cuentagotas, de su talento. Pero en el balance quedó en deuda. Le faltó un mayor compromiso para colaborar colectivamente, y ese plus que se le pide a los que más saben.
Como actitud positiva queda el festejo de la gente. Cuando el exitismo es lo que prolifera en nuestro país, y el triunfo lo único que parece tener validez, salir a la calle, bandera en mano, para celebrar un segundo puesto, no deja de ser algo llamativo y digno de resaltar. Ojalá en Rusia 2018 se pueda acceder de nuevo al partido definitorio, y ojalá aquellos 23 representantes vuelvan a dejarnos orgullosos de ser argentinos, y rosarinos, como nos identificamos detrás de estos que hoy retornaron de Brasil.
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