El comienzo fue emotivo. A la despedida en Pérez concurrieron casi un centenar de padres y familiares. Mientras el colectivo se alejaba, abandonando ya la ciudad (de 20.000 habitantes) otra gente saludaba con las manos la partida de sus jugadores, quizás conocidos o vecinos, como si de héroes que van a la batalla se tratase.

Luego llegó el viaje, que tuvo de todo. Momentos de distensión (en los que hubo películas, lecturas, música) y momentos de cansancio (en la aduana chilena la demora superó las 4 horas). Tanto es así, que a la llegada a Melipilla, ya de madrugada, hubo un niño que al ser despertado atinó a preguntar “¿cuándo nos vamos?” pese que aún no había arribado a destino.

A la mañana siguiente los cansancios se disiparon mágicamente (sobre todo el de los chicos), que salieron a jugar sin aflicciones al patio del Colegio San Agustín, complejo educativo que gentilmente nos cobija en sus salones. Enseguida, llegarían los primeros desafíos futbolísticos, positivos por cierto (ver comentarios aparte).

En los primeros contactos con la población melipillana, todos se asombraron por la cantidad de kilómetros recorridos por nuestra delegación. Al anunciarles que éramos de Rosario, algunos contestaban “ah, la ciudad de Bielsa”, otros “ah, la ciudad de Messi”. Aunque, cierto es decirlo, hubo varios que dijeron “ah, la ciudad de Damián Diaz”, el Kitu, ex Central, que hoy la rompe en la Católica.

Por la tarde vino el desfile de las delegaciones. Allí los tricolores se lucieron, no solo por su indumentaria impecable, recién estrenada por cierto, sino también por el orden que mantuvieron, y los cánticos futboleros que entonaron, dándole un clima más festivo a su pasada. En la ceremonia estuvo el Gobernador y el Alcalde de Melipilla (provincia de 100.000 habitantes, según palabras del primero de ellos), que le dieron la bienvenida a los chicos participantes, y prometieron repetir en próximos años, esta pujante “Melipilla Cup”.

Más tarde, también hubo tiempo para el intercambio de remeras, banderines, y souvenires de Mitre y la Asociación Rosarina de Fútbol con el resto de las delegaciones chilenas. Para finalizar el primer día, llegaría la cena tempranera, que en suelo trasandino nos aconsejaron debía ser entre las 19:30 y 20 horas. Pasear por las calles más tarde, según todos los vecinos, es peligroso. Evidentemente esta pequeña localidad, de casas bajas y pintorescas, mezcla de pueblo rural y villa serrana, conoce de delitos y malos tragos. Por eso prefiere evitarlos guardándose puertas adentro apenas anochece.