Cada peso que no se invierte en deporte, es un peso que luego se debe utilizar en planes sociales, programas para controlar adicciones, o proyectos para frenar la delincuencia. Esta frase es recurrente en los discursos que una y otra vez brinda el Presidente de la Asociación Rosarina de Fútbol, Sr. Mario Giammaría. Y es totalmente cierta, porque el deporte es fundamental en la vida de cualquier sociedad. Es un cable a tierra para los chicos que no tienen los mejores ejemplos en su casa, un modo de aprendizaje, ya que enseña límites, reglas, ayuda a compartir, a jugar en equipo, a ser solidario. Y el fútbol es el deporte más inclusivo de todos. Apto para cualquier clase social. Por eso tiene tantos adeptos en el mundo. Porque no se precisa casi nada para pasar un buen momento con él. Si hay pelota y arcos mejor, pero a veces con mucho menos ya se lo puede practicar.

De estas afirmaciones se desprende que los clubes, cualquiera sean, pero en este caso los clubes de fútbol, constituyen un ámbito necesario y casi imprescindible para cualquier sociedad que se precie de ser inclusiva. El club es un ámbito de encuentro, de contención, y sobre todo cuando la casa propia resulta un espacio no tan agradable. En el club se fomenta la amistad, el amor a una divisa, la competitividad y la superación personal. Estos buenos valores deben cuidarse, y es por eso que desde la Asociación Rosarina de Fútbol siempre bregamos para que se cuide a nuestros clubes. Lo suficiente como para que no les ocurra una situación desagradable como la que en esta ocasión le tocó sufrir a los jugadores, técnicos y dirigentes de Juan XXIII.

A nuestros clubes amateurs hay que apoyarlos pero no sólo desde la palabra, también desde los hechos. Cuando en el año 2008 la Asociación Deportiva Juan XXIII debió mudarse, fue porque le arrebataron parte de los terrenos que utilizaba en Avenida Pellegrini y Lima. Allí se construyó una Unidad Transformadora de la EPE, útil seguramente, pero que llevó al Poder Ejecutivo y Legislativo local a olvidarse de todos estos preceptos anteriores, y trasladar a tan histórica institución a un ámbito que en todo momento le resultó hostil. Porque “el papal” no sólo tiene un presente loable –en él practican fútbol casi 200 jugadores fichados en Rosarina–, sino también un pasado dorado, pues de sus categorías surgieron, entre otros, virtuosos futbolistas que han vestido la casaca de nuestra Selección Nacional, como el Kili González o Roberto Bonano.

El terreno que le cedieron, en 27 de Febrero al 4200 (entre Valparaíso y Río de Janeiro), siempre le generó inconvenientes. Allí cerca, a metros nada más, se encuentra un asentamiento precario, conocido por todos los rosarinos: Villa Banana. La gente de Juan XXIII nunca pudo sentirse del todo segura en el lugar pues fue víctima de apremios, amenazas, roturas, pequeños hurtos y grandes robos. Finalmente ocurrió lo que su joven Presidente, Maximiliano Altolaguirre, sospechaba desde hace rato. Los invadieron literalmente, y colocando postes, chapas, cables, carpas, y bolsas de nylon, armaron un improvisado campamento, o si se quiere, un precario loteo.

Los intrusos que “ocuparon” el terreno de juego fueron 74 familias de Villa Banana (hacemos la aclaración porque ellos mismos afirmaron en los medios que pertenecían a este asentamiento). Pidiendo soluciones habitacionales urgentes a sus problemas de vivienda. Fernando Asegurado, Secretario de Gobierno de la Municipalidad, habló en los medios y dijo que su idea es “no permitir este tipo de toma de terrenos, y mucho menos en un club de la importancia y popularidad de Juan XXIII”. Hoy, en horas del mediodía, se produjo el desalojo pacífico de los intrusos. Sucedió luego de largas negociaciones que tuvieron con el personal de la Guardia Urbana Municipal, Control Urbano, Desarrollo Social, y la jueza Correccional a cargo de la causa, Dra. Marta Canavesio.

El misterio es saber qué ocurrirá de aquí en adelante. Porque el foco de conflicto pudo ser apagado provisoriamente, pero nada garantiza que no continúen los actos de vandalismo sobre el club. Esperemos que las autoridades y funcionarios que nos gobiernan recuerden que lo más importante es cuidar nuestro patrimonio. Y eso es exactamente lo que son los clubes amateurs: patrimonio de todos. Desarraigándolos de su lugar de origen, o ubicándolos en sectores desangelados de la ciudad, un flaco favor le hacen, ya que el club se ve perjudicado para seguir cumpliendo su función social, y la niñez que encuentra cobijo en sus canchitas, debe enfilar hacia otros rumbos seguramente menos saludables.